domingo, 22 de febrero de 2009

Algunos poemas de La cicatriz del silencio




La cicatriz del silencio. Libros de Piedra Infinita, 2004



PÁJARO


Los zapatos
muertos a un lado
debajo
la tierra
vencida.

Cielo apetecido
ardor solar.

Y por fin
el vuelo feroz
de
ese
hombre
con alas
en la cabeza.


EL OFICIO


Busco en el silencio
la palabra final.


Escucho el silencio
milenario,
sondeo su nada inmortal
imagino las texturas
de un silencio
nuevo.


Acaparo los matices en las entrañas del silencio,
a lo largo de mi silencio fundo esta palabra.



Sin más
desde el seno
llega
al fin
el grito.


ALTAR



Cae a filo el sopor,
noche demencial.


Los pies tibios
encienden su desnudez.


Los cuerpos ya exánimes
descansan.

El sudor
borra los límites.


Ahora el sueño
es uno.



DOBLE FILO

a Jorge Luis Borges


El agua
acecha el espacio del presente
separa abismal las manos quedas
corroe implacable la alegría.

El agua
inventa con su sangre nuevos cauces
descubre sin piedad borrosos límites
riega violenta lo hondo del miedo.

El agua
tan mía y ajena.

El agua
que crea y destruye.

El agua
la calma y el pánico.


El agua
sustancia
del
río
que
soy.



PANORÁMICAS


I


Mitad de la mañana.

Azul profundo.

Y en esta inmensidad,
la belleza
desplegando
sus alas.



II


El rocío de la noche,
la calma del silencio,
el lento parpadear de las estrellas.

La eternidad dormida en nuestra cama.


III


Letargo veraniego
aspereza en el cielo
callado ahogo.

Peligrosa invitación a la nostalgia.


IV


Belleza inmaculada
tus manos me descarnan.

Sutil caricia
en la noche ausente.


Piel contra la piel.


V


Invierno.

Cae la tristeza
en el parque.


Olor a tiempo
detenido.


Nada vive
en el gris.



LA BATALLA



La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura
sobre todas las puertas del deseo...
Olga Orozco.


Horadar agujeros a la noche
recaer nuevamente en el insomnio
deambular por el confín de la locura
y llorar.


Implorar al recuerdo, por enésima vez
desgarrar con las uñas el ropaje del silencio
aturdir los sentidos con los gritos de la nada
y llorar.

Amanece.

La lucha enardecida queda trunca
las heridas cicatrizan con el alba
la mañana protege la conciencia.

Adentro
todo vuelve a su lugar.

Pero el llanto espera intacto
la noche venidera.

Prólogo a La cicatriz del silencio

Preliminar

Raro, secreto, lector:

Ud., que está habituado a participar en los viajes de la palabra, que sabe ya qué significa romper amarras con lo inmediato y girar las velas, lentamente, echando a andar mar adentro del poema, puede ahora recomenzar el camino y navegar las aguas profundas de La cicatriz del silencio.

El viaje, como el de Aquiles, el de Ulises, el de Don Quijote y Sancho o el de Mr. Bloom, es de reconocimiento de lo otro y de comprensión de sí mismo en eso otro que nos rodea y, tan pronto la proa apunta a los rizos de una superficie ondulada por todos los vientos, como hunde su quilla, segura, en las semipenumbras de lo más hondo, hacia aquel lugar donde todo descansa cristalino y oscuro.

La viva voz de Ungaretti levanta en las arenas de la orilla su blanco pañuelo de despedida y, poeta y lector, parten dejando detrás la dorada aspereza de su invitación a una empresa que exige la entrega, sin restricciones, a todo riesgo. Entonces, comienza una travesía en cuatro momentos: la experiencia de la nada en Oquedad; la inmersión en el sí mismo de Círculo; la emergencia hacia las onduladas superficies de lo otro en Panorámicas y el recto rumbo hacia la Frontera final.

Desde Mallarmé, muchos poetas han sentido la extensa condición del silencio como una planicie que aparece como negación y como nada, pero que oculta, reverente, la inmensidad clara de la palabra que nombra lo inefable, aquello que no se puede nombrar. El poema ha sido a veces llaga, a veces flor de silencio. Esta vez el silencio deja en la piel poética su marca, su cicatriz. Esta cicatriz se reconoce de día y se palpa de noche, es signo de una necesidad que cruza lo cotidiano y hunde la punta aguda de su dolor en el penoso reconocimiento del oficio de escribir. Sólo él es timón y timonel.

La cicatriz del silencio le propone, lector, una experiencia ungarettiana de altura, profundidad y ascetismo de la forma. Acompañe al sujeto poético, que inicia en este primer libro una forma de viaje que, entre las más antiguas y nobles, y gracias al remo purísimo de la palabra poética, anda no sólo la líquida llanura de la realidad inmediata, sino las sombras íntimas y silenciosas que su movimiento incesante oculta.
Quien le escribe, avezada navegante de viajes poéticos, no se engaña al prometerle a la poeta otros muchos viajes como este primero, por los varios mares de la vida; ni a Ud., estimado lector, la lectura de un buen poemario.


Cristina Salatino
Mendoza, diciembre de 2003

sábado, 21 de febrero de 2009

Lavanda







LAVANDA



—Canción de cuna,
abrazo arrugado de tiempo,
cadencia de infancia—.



Con el tiempo a tu favor
encontrabas la forma de encantar la tristeza,
destejiendo tu canto me soñabas un mundo
que tus manos perpetuas tallaron en mi memoria,
acunada en tus brazos escapaba al castillo
donde mi largo pelo esperaba al amor.

Abrías para mí tu caja con tesoros
llenándome los labios de conjuros secretos,
asomada a tu hamaca bordabas los recuerdos
traídos del murmullo que dejó tu juventud,
inventabas estrellas con sus hilos de plata
que mis ojos seguían para calmar la pena,
presentías siempre mis pasos de insomne
arrullando mi miedo con tus huellas.

Entras como el viento que sigue a la lluvia
trayendo las respuestas
a mi casa de niña,
invades con tu aroma
el tiempo de mis juegos,
hechicera del país de Sherezade,
déjame contarte ahora
la historia
que dejaste inconclusa.

Datos



Cecilia Restiffo nació en la ciudad San Martín (Mendoza, Argentina) en 1975. Es profesora de Grado Universitario en Lengua y Literatura (UNCuyo). Ha participado intensamente en diversos proyectos literarios como la revista Molinos de viento y Ulyses. Además dirigió el suplemento poético La Voz. Mientras ejerce la docencia a nivel secundario y terciario, colabora con sus críticas en el Diario UNO de Mendoza. En 2004 publicó La cicatriz del silencio, su primer poemario, en la Colección de Poesía Desierta de la editorial Libros de Piedra Infinita.

Cardos






CARDOS


—Máscaras de porcelana
dentro del grito mudo
esconden el secreto—.


Empolvada de arroz
abres la puerta del sueño
tu fe despierta el recuerdo
de los pasos
herida.

Caminas, sin sombra
por el margen de la infancia
y tu piel se quema con el sol
descubierta.

Hemos andado persiguiendo ángeles
desmenuzando las horas
a la intemperie de las preguntas
desconsolada.

Cruzamos ese límite
y casi en el vacío
propusiste volver a echar la suerte
rota en un bar.

Toma mi boca
llenemos el aire de libertad.